Antolín Avezuela
viernes, 11 de enero de 2013
Iluminados
Autobús de Udon Thani a Chiang Mai, 01:02:42. |
Es de noche y apenas hay tráfico. El autobús avanza pesadamente y desde las filas del fondo del vehículo -a duras penas- se percibe la luz de los focos que iluminan el asfalto con cansancio.
En el interior del autocar reina la oscuridad más absoluta.
No existen luces de seguridad o de emergencia, con lo cual, solo las fugaces
estelas de los coches que se cruzan en la ruta otorgan temporalmente un poco de
sentido a la situación.
El rugido del motor diesel absorbe los ronquidos que
escapan de las bocas entreabiertas de algunos pasajeros.
En los últimos asientos del bus cada bache en la
carretera es un viaje en si mismo. La suspensión no es nueva, precisamente, y
es posible que no se haya sometido a demasiados controles. A esto se le puede
sumar la tobera abierta -si o si- de aire acondicionado enfocada directamente a
la cabeza obteniendo como resultado una imagen propia de un gran éxito de
A.C.D.C.
Pero de pronto, se obra el milagro. Una luz en la
oscuridad. Una conversación en la soledad. Una llamada en la noche.
La luz de la pequeña pantalla, pese a ser tenue,
ilumina una sonrisa en la cara del afortunado.
Durante un buen rato el pasajero mantiene una charla de mensajes con su
contacto. Todo un detalle por su parte pues mantiene el silencio reinante
dentro de la cabina.
La escena no resulta extraña en absoluto. Ya estamos
acostumbrados de tal modo a la telefonía móvil que lo realmente extraño sería
viajar de noche en un autobús de 54 plazas donde durante más de media hora
nadie consultase su terminal.
La gente ya no usa despertador. La alarma del móvil en
la mesilla es suficiente y, ya de paso, la consulta de la pequeña pantalla se
puede hacer nada más abrir los ojos.
La gente ya no usa guías de viaje. Con un teléfono se
puede acceder a toda la información y, ya de paso, poner verde en un comentario
en internet al hotel, medio de transporte o restaurante visitado cinco minutos
después de haberlo abandonado (como si todos tuviésemos que tener forzosamente
los mismos gustos y seguir estos comentarios como nuestra guía vital).
La gente ya no usa cámaras de fotos. Con el móvil pueden
hacer cualquier instantánea y, ya de paso, compartirla en el mismo momento en
las redes sociales sin considerar los riesgos y perjuicios que ello conlleva atraídos por el ineludible
egocentrismo del creador.
La gente ya no se reserva nada. En lugar de eso
utiliza el teléfono para comunicar en todo momento lo que hace, cómo lo hace y
con quién lo hace, de manera que cuando se encuentra con sus conocidos cara a
cara ya no tiene nada que contar.
Si, yo también tengo un teléfono inteligente (dejemos
lo de smartphone para los
anglófonos). Yo también me despierto con el ojo puesto en él. Yo también he
colgado la brújula y ahora me muevo con la aplicación de mapas de google. Yo
también me auto idolatro fotográficamente con el móvil. Y no, yo todas mis
verdaderas historias me las guardo para explicároslas cara a cara.
viernes, 28 de diciembre de 2012
Desvío
Provincia de MaeHongSon en el Noroeste de Tailandia, a escasos kilómetros de la frontera con Birmania |
Una curva tras otra. Sin
perdón.
Apenas llevo recorridos dos
tercios de la distancia total que separa mi origen de mi destino, que
curiosamente, se mide en curvas. Dos tercios de las 1864 curvas. Camino
escarpado en la región más montañosa del país.
La pesadez de la ruta, la luz
agresiva propia de las alturas y las picaduras de insectos sin identificar en
ambos brazos solo invitan a la pausa. Un pequeño valle con una recta que parece
la autopista hacia el paraíso se antoja el lugar ideal. Reduzco velocidad y me
desvío en una suerte de vereda donde hay aparcados un par de vehículos.
Como cada uno de los valles
en esta región del mundo, los arrozales son el fondo de toda escena pictórica.
Y no hay arrozales sin campesinos. La mañana promete.
Pantalones cargo beige,
camiseta negra, pañuelo marrón en el cuello, cámara al hombro y todos los
relatos de Livingstone, Kipling y Shackelton como estandarte. ¿Quién más sino
yo podría encontrarse en un lugar tan especial?
La temporada de cosecha toca
a su fin y casi todos los bancales ya están vacíos. Las pajas amarillentas
junto con el barro seco y cuarteado contrastan perfectamente con el verde
frondoso de los bosques que envuelven todas las colinas que conforman la
hondonada. Grupos de campesinos se agolpan en pequeños cobertizos para protegerse
del sol que atiza sin piedad y, ocultos en la sombra, observan cada uno de los
pasos que doy por los resbaladizos senderos que separan los arrozales. El canto
de las cigarras se conforma como sonido de fondo interrumpido de vez en cuando
por el ruido de algún coche que atraviesa a gran velocidad la única recta de la
ruta en muchos kilómetros.
Algunas nubes grises de
tormenta se agrupan en la línea del horizonte dejando que todo el centro de la
bóveda celeste luzca el azul profundo característico de las zonas de alta
montaña. El sol aprieta con fuerza creando un generoso contraste. Un labriego
que se desplaza de un cobertizo a otro con azada al hombro es el toque que
cierra la instantánea.
Algo más de dos minutos de
espera hasta que el aldeano se encuentra a la altura perfecta para conformar el
paisaje y…¡el disparo perfecto!(para publicar en revistas de viaje,
entiéndase).
De vuelta al coche me
encuentro de frente con una campesina en el centro de uno de los sembrados. Tiene
su hoz en una mano y en la otra un haz de arroz recién cortado, pero su postura
no es de trabajo. Su pose hierática solo me recuerda a un espantapájaros.
Entonces las palabras esperadas: Photo!
En ese momento intento
visualizar el disparo, pero no lo veo.
Ella está en el bancal y yo me
encuentro a la altura del sendero. El plano picado hará que ella sea aún más
vulnerable.
Ella está situada justo entre
el cobertizo y la cámara. El encuadre será pésimo.
Ella viste sombrero y el sol
está a su espalda. La iluminación no podrá ser peor.
Ella trata de mantener una
postura fotogénica pero en el fondo de la imagen solo se pueden ver cables de
alta tensión, vehículos y un sinfín de banderas que recuerdan la sede de la ONU
en Ginebra. No veo el disparo.
Intento moverme rápidamente.
Bajo al arrozal para corregir la perspectiva, me desplazo lateralmente para
desacoplar el sujeto y el fondo e incluso se me pasa por la cabeza colocar el
flash en la cámara para iluminar correctamente. Todo esto en un movimiento de
apenas dos segundos. La modelo da un respingo y en ese momento me doy cuenta
que ni tan siquiera merece la pena fotografiar la escena. Pero lo hago. Ella
está allí para eso.
Inmediatamente después de oír
el ruido del obturador se produce el milagro de la fotografía. Ella suelta el
zarpado de paja que tiene en la mano izquierda y realiza el gesto internacional
del dedo pulgar frotado enérgicamente contra el índice y el corazón. Era de
esperar.
Yo le pago con un billete de
20 que ella mira con incredulidad. La misma tarde investigo el salario recibido
por un jornalero en la zona y resulta no ser más que 40 o 50 por diez horas de
trabajo. En ese momento no acierto a entender el gesto de desprecio de la
campesina al recibir su billete. ¡Medio jornal por menos de diez segundos!
Ningún campesino que se
respete hubiese aceptado dinero, al igual que ningún fotógrafo que se respete
hubiese accedido a pagar por ello.
Prosigo mi camino. Una curva
tras otra. Sin perdón.
jueves, 27 de octubre de 2011
miércoles, 2 de marzo de 2011
BYE BYE Abidjan
Abidjan se apaga. Hace apenas cinco días, en cuanto un coche se paraba ante la luz roja de un semáforo, la oscuridad se cernía sobre él en forma de marabunta de vendedores al asalto; bolsas de agua fría, carteras y tarjeteros, gafas de sol, todas las ediciones de prensa del día, tarjetas de prepago para los móviles, etc. Hoy las cosas ya han cambiado; ocho editoriales contrarias al régimen cerraron las imprentas ayer por miedo a las represalias, y desde esta mañana ya no quedan más saldos telefónicos disponibles. Hace 24 horas comenzaban a fallar los comercios, ahora es el turno de los vendedores ambulantes y a las gasolineras no les queda mucho aliento; dos de cada tres ya no tienen reservas y permanecen desiertas. Sin combustible la situación se agrava.
El olor en las calles empieza a ser bastante denso pues el servicio de recogida de basuras lleva sin funcionar desde el fin de semana aunque afortunadamente, al ser una ciudad costera, la brisa que se levanta al mediodía se encarga de ahuyentar un poco el hedor que invade las calles. Sin embargo ese desagradable efluvio que se filtra hasta por los poros no desaparece en el Boulevard Nangui Abrogouda, donde están instalados todos los puestos del mercado de Adjamè. Aquí la actividad no cesa; casi todas las tiendas están cerradas pero las aceras están llenas de tenderetes improvisados que venden desde bananes hasta medicamentos, y todo ello rodeado de montanas de desperdicios resultado del consumismo más desesperado. Gran parte de los adbijaneses de las clases más humildes se desplazan a este mercado por ser el más barato de la ciudad y el mejor surtido; si no encuentras una medicina en concreto en los puestos de esta calle, es que no existe en Costa de Marfil.
En el barrio de Koumassi y Yopougon la situación es bien distinta. Las calles están casi desiertas y al adentrarte en los callejones sin asfaltar, barricadas custodiadas por "jóvenes patriotas" del antiguo régimen registran todos los coches en busca de armas y, de paso, aprovechan para sobornar a los viajeros interesados en acceder a las distintas manzanas. En Yopougon uno de estos controles ayer se cobro una vida humana al ser identificado el conductor como pro-Ouattara. Cuando empieza a caer la noche, estos "jóvenes patriotas" abandonan sus puestos de vigía-recaudación y son jaurías de niños del barrio quienes se instalan para cobrar el derecho de paso incluso a sus propios vecinos. Con la oscuridad es fácil escuchar disparos al aire que intentan dispersar a estos aprendices de saqueador.
Yakite vive en Koumassi, pero hace una semana que desplazo a su mujer y sus dos hijos con familiares al barrio de Treichville. Koumassi ya no es seguro. Duerme, o mejor dicho intenta dormir, en un cobertizo donde guarda su coche junto con otra quincena de hombres que han desalojado a sus respectivas familias, sus vecinos. También se juntan los musulmanes del barrio para rezar; es mejor improvisar una sala de rezo en un patio o un porche y compartirlo que desplazarse hasta la mezquita, por cerca que este. Actividades en grupo es sinónimo de seguridad.
En el hotel las verjas llevan dos días cerradas, y solo se abren por la acción de los vigilantes de amarillo. Solo quedábamos seis huéspedes en un edificio de cinco plantas, pero esta tarde ha llegado un grupo de observadores de los derechos humanos. Se encontraban hospedados en Cocody, el barrio más seguro y occidental de la ciudad, pero ayer noche un grupo de gente se adentro en la vecindad e inicio varios incendios. Cocody ya tampoco es seguro.
Hoy en la embajada me han denegado el visado por la situación actual. Con la perspectiva que hay aquí y sin poder desplazarme a Bahn, donde se centra mi proyecto fotográfico, solo me queda una solucion: volver a casa.
Un amigo hoy me dijo que este tipo de percances aquí tiene un nombre especifico: TIA (This Is Africa).
BYE BYE Abidjan
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